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El factor verborrea

Written on 4:02 by Zemo

Soy un artista. Quizás suene pretencioso y en cierta manera puede parecerlo que me defina así, pero creo que lo soy y lo mantendré hasta el final. Desde que era un niño hasta ahora, que no peino canas pero podría acabar siendo un doble de Jack en la finale de la 3ª temporada de Perdidos, con barba de varias semanas, siempre he tenido cierto sentido, cierto tacto para contar una historia y tocar el alma con sencillas palabras. He contado relatos o vivencias que han emocionado a profesores, que han entusiasmado a editores y que hasta han hecho llorar a amigos. Tengo esa cualidad y no tengo porqué esconderla.

¿Cómo he logrado eso? Con palabras. Simples, punzantes y en ocasiones no tan dolorosas palabras.

Sin embargo, hay algo que me aflige, y es que no todas las personas y sobretodo no en todos los momentos, sabemos como explicar lo que sentimos. En ocasiones no podemos describir lo que nos ocurre "espiritual y psicológicamente" a un nivel comprensible para nuestros allegados.

Precisamente, algunos de los momentos más felices y fugaces que vivo en la cotidianidad pasan cuando desconecto de todo. Ocurre rápidamente, quizás haciendo una actividad rutinaria (como limpiarme las manos, por citar un ejemplo recurrente), y de repente, sin previo aviso, no noto nada, no siento nada, y mi mente se evade hasta tal punto que no puedo controlarla, y es cuando entonces todo desaparece y de repente cobra sentido para mí. E, inexorablemente, dicha verdad universal latente en ese momento de desconexión con lo mundano y compenetración con aquello que está lejos de la realidad que percibimos, se aleja y pierde todo el sentido.

Es algo así como tomar un café con Dios.

Y al volver a la realidad, al darme de bruces contra ella, espeto un "Ya lo sé". Y es verdad. Durante unos segundos, lo sé todo, TODO, pero soy incapaz de recordarlo después. La sensación es maravillosa, indescriptible pese a mis vanos intentos, y es algo que no puedo transmitir. ¿Por qué? Porque es algo que existe para no ser explicado por palabras.

Decía Alan Moore "Los nombres, como las palabras, evocan ideas". Y es cierto. No tratamos igual a una chica que puede gustarnos si tiene el nombre de nuestra ex, ¿No? O no podemos tener tanta afinidad con cierta gente por su nombre como si lo tenemos con otra (mi lista de "mejores amigos" durante infancia y adolescencia casi siempre se había reducido a "Davids"). Y ello se reduce a nuestras experiencias, tanto las actuales que puedan depararnos diferentes decisiones en el futuro, como a las más antiguas y primitivas de nuestro ser.

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Cuando nos expulsan de esa piscina de líquido amniótico en la que todos vivimos aproximadamente 9 meses mientras nos desarrollamos, inmediatamente empiezan a cuidarnos. Nos alimentan, nos atienden cuando lloramos, se preocupan por nuestro estado y mostramos el prelenguaje: Una etapa de nuestra vida, muy reducida, donde tratamos de comunicarnos con los demás con llantos y risas. A partir de ahí empieza una insana manía de repetirnos sin cesar palabras que no podemos comprender para que a su vez las repitamos y les demos una alegría a nuestros progenitores. Lo que en un principio se reducía a "papá" y "mamá", prosigue con algunas primeras palabras que repetimos en función de las conversaciones que tengan nuestros mayores. Porque así funcionamos, educándonos, especializándonos y aprendiendo a través de la simple y pura repetición constante. Cuando algo es incorrecto, nos regañan y nos dicen "caca". Crecemos coaccionados moral y éticamente por nuestros padres, la televisión, la iglesia, lo políticamente correcto y una sociedad que trata de inculcarnos unos valores que nos hagan fácilmente manipulables y con los cuales perdamos la personalidad que podamos tener como individuos.

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Y es entonces cuando pienso en ese homo erectus saliendo de su cueva, cual fábula de Platón. Sin palabras, ¿Cómo pensaban?

Antes de nacer, somos una incógnita. Después de ello, todo depende del contexto. Donde nacemos, el historial genético de nuestros padres, la situación social de nuestro alrededor, interrelaciones con la familia cercana, situación económica potencial, personalidad aprendida y/o programada por el marco en el que nos desarrollamos, amistades, etc. Un conjunto de decisiones ajenas y propias nos delimitan, desde que nacemos hasta que morimos, pasando por todos y cada uno de los días de nuestra vida. El lenguaje, de alguna manera, también nos limita.

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¿Cómo podríamos describir cualquier objeto, necesidad o suceso, sin palabras? ¿Cómo pensaba aquel ser qué salía de la gruta cavernosa dispuesto a cazar para sobrevivir?

Es preciso destacar que sin palabras, lo más probable es que existiera una conjunción. Las cosas no existen oficialmente hasta que no se les dota de nombre, pero pueden estar siempre ahí, así que el pensamiento de un homínido ancestral probablemente se desarrollara como la conexión con cada uno de sus elementos adyacentes. Existía un todo, y cada unidad de ese conjunto era indisoluble. Las piedras, el polvo, el agua, las tormentas, un utensilio de caza, otros seres vivos, etc, formaban parte de un caleidoscopio paisaje. Pero cuando el hombre encontró a otros grupúsculos formados por individuos como él, se crearon las castas, las jerarquías. Y de ahí a la comunicación más básica ocurrió bien poco.

Nos dotamos de un nombre. Perdemos el concepto del "todo" que está inmerso en nuestra forma de pensar. Cuando piensas en el "yo" inmediatamente lo relacionas con el "mío".

El lenguaje forma parte de nosotros, pues también me ha permitido comunicaros esto y que podáis entenderlo. Pero en otras manos, como lo ha sido durante siglos, puede ser también un virus que nos posea. Cada palabra evoca una idea, cada idea es un signo de educación implementada por los intereses de terceras personas, cada una de ellas nos arrebatará parte de aquella conjunción ancestral con la naturaleza y nuestro entorno, pudiendo crear malentendidos, mentiras y dolor. Las palabras también nos limitan. A veces, simplemente, es mejor ver, oír y callar.

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3 Comments

  1. Ozimandias |

    mi lista de "mejores amigos" durante infancia y adolescencia casi siempre se había reducido a "Davids"Evita a los Davids, tienden a ser todos gentuza.

    Pasando a lo de las palabras, a veces me pregunto si el lenguaje no ha hecho más mal que bien. No fue Babel y su multilenguaje lo que distanció a la gente, sino el hecho mismo de tener un lenguaje. Antes, la empatía, los gestos rudos y simples, servían para comunicarse, y dado que estaban grabados en nuestros genes, eran emociones en común. Ahora depende del contexto en el que creces el lenguaje que desarrollar, y puedes acabar siendo incapaz de comunicarte con una persona que ha aprendido tu mismo idioma en otras coordenadas culturales. Yo me confieso incapaz de comunicarme de forma lógica con mucha gente que conozco.

     
  2. romjin |

    Voy a ser original...

    "mi lista de "mejores amigos" durante infancia y adolescencia casi siempre se había reducido a "Davids""

    Es curioso porque a mi me ha pasado lo mismo.

     
  3. Zemo |

    Ozimandias,

    A fuerza de desventuras he llegado a la misma conclusión que tú: Todos los "Davids" son gentuza, empezando por ti XD.

    Aparte de compartir lo que has dicho, cabe admitir que somos esclavos de nuestras palabras, tanto las que decimos como las que no. Y por eso me da lástima esta sociedad.

     

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